top of page

Cómo las Heridas de la Infancia Modelan Nuestra Vida Adulta

Foto del escritor: Psicóloga Michelle Véliz Psicóloga Michelle Véliz

Las heridas emocionales de la infancia se originan cuando nuestras necesidades emocionales no son atendidas de manera adecuada, lo que deja una marca profunda que perdura a lo largo de la vida.


A menudo, estas heridas se desarrollan no a través de acciones evidentes como el maltrato físico o el abandono, sino por la falta de atención a nuestras emociones o la incapacidad de nuestros cuidadores para ofrecer el apoyo que necesitamos. En este contexto, una de las heridas más comunes es la herida de validación, que se forma cuando nuestros padres o cuidadores no reconocen o valoran nuestros aspectos positivos, o nos invalidan de manera sutil pero constante.


Esta herida de validación se puede manifestar de diferentes formas. Por ejemplo, cuando los padres son muy críticos con nosotros, centrándose únicamente en nuestros errores o en lo que no hacemos bien, y omiten o minimizan nuestros logros o cualidades positivas. Este patrón puede dejarnos con la sensación de que no somos lo suficientemente buenos, de que nuestras opiniones, esfuerzos o logros no valen lo suficiente como para ser reconocidos o celebrados. La crítica constante, sin un equilibrio con el reconocimiento positivo, puede generar una profunda sensación de falta de valía personal, que se lleva con nosotros durante toda la vida.





Una de las formas en que puede desarrollarse la herida de desvalorización es a través de una sobreprotección excesiva por parte de los padres. Cuando ellos toman decisiones por nosotros sin permitirnos expresar nuestras opiniones o deseos, nos transmiten, de manera inconsciente, que nuestras ideas no tienen importancia. Esto puede generar una sensación de impotencia y desconfianza en nuestras propias capacidades, llevándonos a depender de la validación externa incluso en la adultez.


Otra manera en que esta herida puede formarse es todo lo contrario, cuando NO recibimos suficiente atención o disponibilidad emocional de nuestros cuidadores. Si en nuestra infancia no nos sentimos escuchados, queridos o valorados, podríamos haber desarrollado la creencia de que necesitamos complacer a los demás para ser aceptados. En la adultez, esto puede traducirse en una búsqueda constante de aprobación o en la dificultad para poner límites por miedo al rechazo.


Cuando estas heridas no se sanan, tendemos a desarrollar conductas de compensación que, aunque en la infancia nos ayudaron a sobrellevar la falta de validación, en la adultez pueden volverse limitantes. Es posible que nos exijamos demasiado para demostrar nuestro valor, que busquemos constantemente el reconocimiento de los demás o que nos volvamos demasiado autocríticos. Esta dependencia de la validación externa nos impide conectar con nuestro propio valor y reconocerlo por nosotros mismos.


El primer paso para sanar es reconocer cómo estas experiencias pasadas han influido en nuestra percepción de nosotros mismos. Aprender a validar nuestras emociones, logros y errores sin depender de la aprobación de los demás nos ayuda a construir una relación más sana con nosotros mismos.


¿En qué situaciones sientes que necesitas que otros te reconozcan?

¿Cómo puedes empezar a darte a ti mismo el valor que buscas en el exterior?


Explorar estas preguntas en un proceso terapéutico puede ser clave para avanzar en la sanación de estas heridas.



Al sanar las heridas, podemos empezar a confiar en nuestra propia voz y en nuestras decisiones, restaurando nuestra autoestima y desarrollando una relación más saludable con nosotros mismos y con los demás.


Es por eso que es sano no tomarnos las cosas de manera personal, ya que cada persona vive con sus propias heridas y mecanismos de defensa. En momentos en que alguien se siente amenazado por el abandono, el rechazo o la desvalorización, reaccionará instintivamente para protegerse, muchas veces sin intención de hacernos daño.


Comprender esto nos permite mirar con mayor compasión las acciones de los demás y, al mismo tiempo, reconocer nuestras propias reacciones como una respuesta a nuestras heridas, en lugar de interpretarlas únicamente como una agresión externa. Esto no significa justificar conductas dañinas, sino aprender a responder desde la consciencia y no desde la herida, generando relaciones más sanas y equilibradas.


Entonces, cuando algo nos hiere, más allá de culpar al otro, podemos preguntarnos:


¿Qué estoy esperando de los demás que aún no me doy a mí mismo?


¿Qué me está mostrando esta situación sobre mis propias heridas y necesidades emocionales no resueltas?


Explorar nuestras heridas de infancia nos permite comprender nuestras reacciones y transformar las estrategias que ya no nos sirven. Es un proceso profundo que requiere autoconocimiento y compasión. Si sientes que estas heridas afectan tu bienestar o relaciones, permitirte un espacio de terapia psicológica puede ser clave para sanar y construir vínculos más saludables contigo mismo y con los demás.


¿Te has preguntado qué te están mostrando tus emociones sobre lo que aún necesitas sanar?

 
 

Comentarios


bottom of page